La idea de correr un maratón es algo que tarde o temprano, a la gran mayoría de corredores populares se les pasa por la cabeza. Hay muchos que lo tienen muy claro y están convencidos de que ese momento llegará seguro, otros lo ven como algo lejano pero no imposible y otros casi lo descartan aunque siempre dejan abierta una pequeña posibilidad por si acaso surge la oportunidad en el futuro.
A veces, esta decisión llega de la manera más inesperada, sin habértelo propuesto realmente… y de un día a otro das un giro de 180º y pasas de pensar “¿correr un maratón? ¿yo? no lo veo”, a “¡me he inscrito en un maratón!” y de buenas a primeras te ves buscando planes de entrenamiento porque en 4 meses te toca enfrentarte a los míticos 42k.
¿Y que tiene que suceder para que ocurra algo así? Pues lo que suele pasar muchas veces: alguien te da ese empujoncito que te falta y acabas convenciéndote de que puedes hacerlo.
Dejemos volar la imaginación por un momento: imaginemos que un buen día, después de haber salido a correr con un grupo de amigos, uno de ellos suelta de repente una idea que le ronda por la cabeza desde hace tiempo, un reto que se ha propuesto: correr su primer maratón, el Maratón de Sevilla 2015, por poner un ejemplo.
Después del pistoletazo de salida, ya solo queda correr. Todo depende de tus piernas… y de tu cabeza
Sigamos imaginando que comienza a repetirlo día tras día, vendiendo las bondades de su idea (buen clima, recorrido completamente plano, mucha animación en las calles, desplazamiento muy cómodo hasta Sevilla…), como si tuviera un plan perfectamente diseñado con un objetivo: convencer al mayor número de personas posible para que se una a su reto, haciendo que lo que en un primer momento son “noes” a su propuesta, se vayan convirtiendo con el paso del tiempo en “sies”, ganando adeptos para su causa poco a poco… tanto para correr, como para ir a animar a los que vayan a correr.
Y ahora paremos de imaginar… porque unos meses después esa idea se hace realidad, y el viaje en solitario para correr un maratón de ese “corredor visionario” se convierte en un desplazamiento en grupo hasta Sevilla de ¡¡más de 30 personas!! para participar en la carrera; por diferentes motivos, pero en el fondo todos dispuestos a formar parte de una forma u otra.
Estaban los que se enfrentaban por primera vez a un maratón y se preguntaban si habrían entrenado lo suficiente, los que habían sido duda hasta los días previos, los que decidieron aplazar su debut unos meses, ya sea de forma obligada por una inoportuna lesión de última hora o de forma voluntaria porque pensaban que todavía no había llegado su momento, los cracks multi-maratonianos que querían añadir la muesca de Sevilla a su amplio historial y para los que 42k ya son casi como un paseo por el parque, los que iban a hacer de “liebres”, los que se lo iban a tomar todo de una manera diferente… ¡¡esos pelochos!!, los que no iban a correr pero lo vivirían como si lo hubieran hecho, apoyando, animando y dejándose la voz en distintos puntos del recorrido e incluso estaban los que lo verían desde detrás de una cámara para inmortalizar aquellos momentos.
La tarde/noche anterior a la carrera todo eran cálculos y planificaciones entre unos y otros: a que ritmo vas a ir, si vas a ir solo o vas a correr con alguien, quién sale desde tu mismo cajón, en que puntos del recorrido te vas a encontrar con el “grupo de animación”, si alguien te va a hacer de liebre, desde dónde y hasta dónde, en que kms vas a tomar geles o vas a comer algo, a que hora te vas a ir a dormir para poder levantarte con tiempo para desayunar o cómo vas a ir a la salida; ya se sabe, esos “pequeños” detalles de última hora.
Y por fin llega el día
Tiempo primaveral perfecto para correr, soleado pero ligeramente fresco, un recorrido muy favorable completamente plano, las calles llenas de gente animando… debió ser uno de esos momentos en los que se dice que la alineación de planetas provoca que se den las condiciones idóneas para hacer algo en concreto, en este caso particular se podía decir que ese algo era (para algunos de nosotros) el debutar en un maratón.
Cada uno lleva esos minutos previos al inicio a su manera. Se mezclan los nervios de unos, la tranquilidad de otros y la incertidumbre de casi todos al intentar imaginarse lo que les espera. Después del pistoletazo de salida todo eso ya pasa a un segundo plano, en realidad llega lo más simple, ponerse a correr, correr, y correr… no queda otra opción. Una vez que estás ahí, ya todo depende de tus piernas para que te lleven hasta la linea de meta, y de tu cabeza para que no te permita venirte abajo si pasas por algún mal momento.
Y así, descontando metros unos tras otro durante unas cuantas horas, coincidiendo algunos kms con alguno de tus compañeros de viaje, pasando por la Torre del Oro, la Maestranza, la Giralda, la Plaza de España, el Puente de la Barqueta… llegas hasta al tramo final, en este caso habría que decir “espectacular tramo final”, en el Estadio de La Cartuja .
Ese túnel cuesta abajo de entrada en el estadio en cuyo final se empieza a ver la pista de atletismo, ese último sprint de 200 metros haciendo la curva y la recta de llegada, esa entrada en meta que supone el punto final de los 42km y 195m… son momentos difíciles de igualar. Es el final de tu aventura; has acabado. Y en ese instante es cuando recibes tu primera felicitación, no de otro corredor, ni de nadie de la organización, proviene de ti mismo cuando piensas: “bien hecho, lo has conseguido“.
Luego viene el recuperar el aliento durante unos breves segundos mientras asimilas lo que acabas de hacer; y después el alzar la mirada buscando entre la multitud de corredores una cara conocida a la que poder ir a abrazar para compartir la alegría, los saltos, la emoción… o las lágrimas (eso ya depende de cada uno, jeje); y después la medalla, la medalla de “finisher”, que aunque para alguien ajeno a la carrera no sea mas que un trozo de metal inservible, para ti se convierte en un objeto valioso por lo que representa y porque cuando pase el tiempo te recordará que hubo una primera vez que lo intentaste y que fuiste capaz de hacerlo.
Siempre había oído decir a la gente que había corrido maratones que el debut es especial, que lo mejor era disfrutarlo por el hecho de ser el primero, que había que dejar un poco en un segundo plano el tiempo que fueras a hacer (ya habría ocasión para preocuparse por eso en los próximos maratones) y que esos últimos metros antes de cruzar la meta en los que empiezas a darte cuenta de verdad que lo vas a conseguir, se convertirían en un recuerdo difícil de olvidar.
Ahora ya puedo decir que todo eso es verdad, pero si a además le sumas el poder hacerlo junto a muchos de los que han sido tus compañeros de entrenamientos durante tantos meses, el debutar y acabar un maratón cobra un significado todavía mayor. No es solo la alegría por lo que has hecho tú, es la alegría por ver que ellos también lo han conseguido.
Fotos: David Navarro